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El tango: arte y misterio

Las pinceladas príncipes de este vasto óleo del tango son unos atesorados y humildes momentos de mi ayer; soy ese niño asaltado por las ensoñaciones logradas en su alma por Rubén Darío, Julio Verne, Paul Verlaine y Florencio Sánchez, a los que he aprendido a leer por mi cuenta descifrando los carteles de los comercios callejeros.

Cautivado por el Carlitos Gardel que reluce desde el parlante Rola de una radio Lyric en casa de mis padres, una prima hermana, devota de los boleros, me obsequia un disco que viene atornillado a la tapa de una vitrola que papá le ha regalado al graduarse de bachiller.

El disco es de la marca Victor, de color negro brillante, y leo en las etiquetas con letras doradas: “Aníbal Troilo ‘Pichuco’ y su gran orquesta típica argentina, canta Fiorentino. Cordón de oro, tango (Carlos Posadas) y En esta tarde gris, tango (Mariano Mores-José María Contursi)”.

Escucho ambas caras del disco de 78 r.p.m. y en el mismo instante, ah, sortilegio, a mis siete años, Pichuco se erige en mi ídolo. Es 1941, en pleno e infortunado apogeo de la Guerra Mundial…