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Si la semilla no muere

Si la semilla no muere, la narración autobiográfica de la juventud de André Gide, causó un gran escándalo tras su publicación en 1927, debido, entre otras cosas, al reconocimiento explícito que el autor hace en ella de su homosexualidad.

Como quien se impone una penitencia, el Premio Nobel de 1947 escenifica, mediante un esfuerzo de sinceridad no exento de dolor, lo que fue el conflicto moral de su vida adolescente, desgarrada entre una obsesión puritana y los instintos sexuales. El resultado es un hermoso libro de confesiones, seguramente el más hermoso que Gide escribió, y que tiene una importancia primordial en el conjunto de su obra.

En efecto, cualquier lectura cuidadosa de la misma debería comenzar por este vibrante y comprometido relato que describe con minuciosidad los años de formación intelectual y sentimental del novelista, e introduce en profundidad en el medio social en el que fue educado y en la sociedad literaria y artística que frecuentó, la más avanzada sin duda de su tiempo, por la que transitaban Mallarmé y Oscar Wilde, Gauguin y Pierre Louÿs.

En estas páginas admirables, producto de un estilo inigualable puesto al servicio del más crudo examen de conciencia, el inmoralista que para sí mismo era Gide se liberó frente a la opresiva moral y las hipócritas convenciones sociales de su época, que todavía en parte subsisten: “Lo que escribo no es mi defensa”, se vio obligado a matizar, “sino mi historia”.

 

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