
En 1942, durante el período más tranquilo de su exilio norteamericano, Hermann Broch (1886-1951) escribe una confesión del conflicto que ha definido su vida y ha determinado su trabajo, y se lo envía a dos mujeres con las que mantiene relaciones. Nada escapa a la expresión casi matemática con que Broch exhibe en esta confesión atípica su vida, más interior que exterior; nada escapa a sus frases, que son como ecuaciones que hacen aparecer en la superficie de su ser los abismos de las emociones secretas.