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Cantar de Charabón

Toto escritor es la superposición de dos mundos: el de su mente creativa, donde las imágenes avanzan como un tropel, dejándonos atónitos, y sumergidos —siempre— en el asombro. Y el otro, el de los paisajes de cielos abiertos donde el pasto y algunas flores crecen salvajes, donde sus habitantes, pareciera, buscan refugio (a veces cerca de las personas, otras, lejos de ellas), ese otro es “el mundo de su corazón de artista, y de amigo”, claro.

De Totoland —esa tierra ficcional que él creó, y él renueva casi sin descanso—, nadie sale como entró. Allí los personajes —más tarde o más temprano—, susurrando o a los gritos, se revelan y piden ayuda, ¿y quién no se conmueve con eso? En Totoland, el erotismo, el desborde y la desesperación acechan, y el humor y la sensualidad aparecen como una suerte de bálsamo hecho de cosas raras, desconocidas… invisibles, ¿y quién puede negarse a semejante bálsamo?

Por todo esto, su obra no se parece a ninguna otra. Por todo esto, que es su obra y es él mismo, soy su amigo, y su fiel seguidor. Por todo esto, les digo: acérquense a Totoland.

Guillermo Hermida

 

 

Cantar de charabón, justamente el canto de un ave de la que se dice que no-canta (charabón es el ñandú que comienza la muda de su plumón), la literatura de alguien que no-hace-literatura, es decir, hace teatro. Cantar de charabón, cantar animal-humano de aquel (como en la gauchesca, que sin duda Castiñeiras retoma en su más profunda genealogía) a quien muchos creen que no le corresponde cantar, o creen que no tiene voz. La tiene: oigámosla.

Jorge Dubatti

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