Ingresar en la lectura de un texto antiguo implica la posibilidad de vislumbrar el complejo tejido de relaciones que constituyeron ese imaginario fundacional de nuestro pensamiento. Cuando se trata de un diálogo de Platón, es preciso prepararse para asistir a la multiplicación vertiginosa de estas representaciones. Dentro del amplio contexto de su producción, es significativa la cantidad de obras que la crítica ha calificado a menudo de enigmáticas: en ellas ciertas temáticas de superficie no terminan de consagrarse como cuestión principal, pero basta un abordaje medianamente perspicaz para sospechar que una parte fundamental del sentido del texto se juega, en rigor, en el trasfondo algo oscuro en que emergen otros asuntos más o menos velados. Uno de esos trabajos es el Eutidemo, donde se pone de relieve el desafío de diferenciar el método dialéctico que guía la práctica platónica de sacar a la palestra metodologías rivales de corte erístico, incluyendo algunas, como la megárica, de raigambre también socrática.