Tras la lectura de esta poco conocida pieza de Shakespeare, la única que con certeza escribió en colaboración con John Fletcher y que se ha incorporado al canon shakespeariano por su indudable autoría de ciertas partes —los actos I y V, excepto la escena II de este último, y la escena I del acto III se consideran casi con seguridad producto del bardo, salvo algunas disidencias en cuanto a detalles—, el lector puede tener, mejor que con el ciclo llamado de los “romances” —Pericles, Cuento de invierno, Cimbelino y La tempestad— una idea del estado mental melancólico, escéptico, profundamente irónico y más lírico que dramático de los tiempos anteriores a su retiro definitivo del teatro, como señala lúcidamente Harold Bloom.