Es obvio que la poesía y la fotografía pueden complementarse y hasta influirse recíprocamente. Por una parte, la fotografía capta una imagen fija, inmóvil (a veces solo un instante de una realidad dinámica o de una coyuntura motriz, desplazable o vibrante), y la poesía puede, a partir de esa suspensión o tregua del movimiento, hacer una lectura que la enriquezca. Por otra parte, la poesía, que genera o propone transformaciones, procesos, auges o deterioros, puede ser sintetizada ejemplarmente por la fotografía cuando esta elige de aquella una imagen decisiva, que habla por sí misma.
De un modo directo o indirecto, la fotografía, a partir de un texto, puede llegar a construir una insustituible metáfora visual, capaz de fijar en la memoria para siempre, o para casi siempre, un hallazgo verbal que, de otra manera, habría pasado sin pena ni gloria.
La apasionante experiencia que he vivido con Eduardo Longoni y el talante intuitivo y revelador que trasmite a su cámara me han servido, entre otras cosas, para recuperar estampas de mi pasado, calcomanías de mis barrios, calles de mi modesta biografía, ilustraciones de una ciudad remota y también actual, que es para mí entrañable y que había quedado algo desdibujada en mi memoria después de doce turbios y enturbiadores años de exilio.
Mario Benedetti