“Después del Facundo de Sarmiento o con el Facundo, el Martín Fierro es la obra capital de la literatura argentina. Su valor humano y estético (tal vez ambos epítetos son fundamentalmente iguales) es innegable. […] El Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Hernández lo escribió para mostrar que el Ministerio de Guerra hacía del gaucho un desertor y traidor; Lugones exaltó ese desventurado paladín y lo propuso como arquetipo”. / Jorge Luis Borges
Introducción, notas y vocabulario de Eleuterio F. Tiscornia
A principios de 1872, José Hernández volvió a Buenos Aires de su refugio brasileño en Santa Ana do Livramento, donde vivía desde la derrota del caudillo entrerriano Ricardo López Jordán en Ñaembé, y se hospedó en el Hotel Argentino, en la esquina de 25 de Mayo y Rivadavia, frente a la Plaza de Mayo. La capital sufría aún estragos de la fiebre amarilla, que la había diezmado terriblemente en el año anterior. El “fastidio de la vida de Hotel” del que habla Hernández en una carta de entonces a su amigo José Zoilo Miguens procedía, en buena parte, de los efectos de esa desolación. La lectura y la pluma sirvieron, entonces, de alivio a su aburrimiento. Allí recibió y leyó Los tres gauchos orientales que le dedicó el poeta uruguayo Antonio Lussich; y allí, estimulándose a su vez con el ejemplo ajeno, empezó a escribir El gaucho Martín Fierro, que aparecería ese mismo año de 1872. La segunda parte, La vuelta de Martín Fierro, se publicó siete años después, en 1879.