Teresa (1931), la última novela que escribió Arthur Schnitzler (1862-1931), describe el recorrido sentimental de una mujer en la Viena de principios de siglo, cuando estaba a punto de descargar sobre la ciudad el vehemente torbellino de decadencia que le tenía reservado la Historia. Tal vez por eso, la vida de la joven institutriz Teresa se desarrolla a lo largo de un túnel, de un largo túnel de soledad y humillación, de monotonía e inutilidad, solo iluminado de tanto en tanto por pequeñas claraboyas de una dicha momentánea. Desde la promesa de una existencia apacible y burguesa que su origen parecía asegurar hasta el aciago destino al que inevitablemente parece dirigirse, la protagonista recorre el infierno de una sociedad que sacrifica a las mujeres de acuerdo con una implacable secuencia de episodios grises y uniformes dictados por unos valores y unas costumbres siniestros.
Cuando Schnitzler concibe su novela, Austria asiste a un rápido derrumbe, y el propio autor, el exitoso dramaturgo y reconocido novelista, se encuentra al final de sus días. En estas condiciones, no es extraño que Teresa sea su novela más negra, la más desesperanzada, pero también la que le permite investigar en profundidad, con un mayor desapego y sin miramientos, el alma humana y el germen maligno de una sociedad. Para Teresa, cuya desgracia es como un vértigo irrefrenable, como para la sociedad vienesa de 1931, amenazada ya por el oscurecimiento del nazismo, la vida constituye una rueda maléfica cuyas vueltas nada ni nadie pueden detener.