Los diálogos de Cicerón proveen información confiable, exposición coherente y argumentación constante sobre las escuelas filosóficas helenísticas. Hacia el año 55 a.C. él había concebido un ambicioso programa ensayístico que incluía la imitación del diálogo platónico para registrar sus reflexiones acerca de la oratoria, la filosofía política y la ley. Posteriormente, del 46 al 44 a.C., encaró la composición de obras sobre ética y epistemología, así como un tríptico religioso formado por Sobre la naturaleza de los dioses, Sobre la adivinación y Sobre el destino. Aquí dista de ser un mero transcriptor del pensamiento griego, ya que transmite como augur un conocimiento directo de la religión romana tradicional.
Entre ambos libros del tratado se instala una dialéctica de los signos adivinatorios, entendidos al comienzo como revelaciones de un orden divino, más tarde como eventos fortuitos producidos por libre juego del azar.