A puerta cerrada (1944), donde el infierno que se nos pinta —una simple habitación de hotel con tres condenados a vivir eternamente—, es más empavorecedor que pudieran serlo en la Edad Media las alegorías llameantes; La puta respetuosa (1946), con un motivo de violencia sexual sobre un fondo de problemas raciales (la sociedad del sur de Estados Unidos, con su moralismo y su racismo, crea la prostituta y el negro, ¿cómo escapar entonces del juicio social y recuperar la propia libertad?); y Las manos sucias (1948), apasionante visión del ambiente de la Resistencia francesa, figuran entre las piezas dramáticas más representativas de Jean-Paul Sartre.