En todas las narraciones, el laconismo estilístico chejoviano –tres o cuatro pinceladas– es verdaderamente asombroso; la expresividad de la palabra y de la frase, insuperada.
Dice Julio Cortázar: “Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de los admirables relatos de Antón Chéjov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano, mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? […]. Y, sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chéjov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada”.