Pobre Bélgica es un libro extraño y polémico, un feroz insulto al siglo XIX. Baudelaire ensaya aquí un movimiento final de la risa. Lo hace “para demostrar que lo cómico es uno de los más claros signos satánicos del hombre (…), la risa proviene de la idea de la propia superioridad. ¡Idea satánica como hay pocas! ¡Orgullo y aberración!”. Pobre Bélgica está engañosamente hecho de representaciones.
Walter Benjamin subrayó ese regreso baudeleriano al espíritu de la alegoría. Ruina de ruinas, Pobre Bélgica pone en jaque, demuele las figuras morales modernas. Obra póstuma, fue reiteradamente censurada, se la consideró un testimonio peligroso y abusivo. Así lo leyeron Gide y Nietzsche, entre otros. Pobre Bélgica es quizás el monumento de máxima lucidez del poeta de Las flores del mal.