Todos eran mis hijos (1947) es una de sus piezas más difundidas donde, en particular, se levanta una acusación contra los aprovechadores de la guerra.
Después de la caída (1964) reveló una nueva dimensión del riquísimo talento de Arthur Miller. La pieza explora la atormentada conciencia de un personaje absorbente (Quentin) que, en gran medida, actúa como alter ego del autor, y su relación con Maggie (que no es otra que Marilyn Monroe). Rompiendo los principios habituales de la exposición dramática para reflejar en el escenario la fuerza real de las pasiones y las ideas, Miller ubicará la acción en tres planos físicos y dramáticos que febrilmente se comunican: la mente, el pensamiento y la memoria del protagonista.