En Los padres terribles (1938), Cocteau quiso ensayar un drama que fuese una comedia, y cuyo centro fuera un nudo de vaudeville, si la marcha de las escenas y el mecanismo de los personajes no resultaran dramáticos. Se propuso —y lo logró— pintar una familia capaz de contradecirse y de actuar con misterio, respetando al mismo tiempo el volumen de una obra teatral que, para sorprender en escena, debiera parecer de un bloque solo.