En Los padres terribles (1938), Cocteau quiso ensayar un drama que fuese una comedia, y cuyo centro fuera un nudo de vaudeville, si la marcha de las escenas y el mecanismo de los personajes no resultaran dramáticos. Se propuso —y lo logró— pintar una familia capaz de contradecirse y de actuar con misterio, respetando al mismo tiempo el volumen de una obra teatral que, para sorprender en escena, debiera parecer de un bloque solo.
Con Los padres terribles, Cocteau escribió una tragedia, pero llegó al gran público mediante un ataque contra los desórdenes de la burguesía decadente; con La máquina de escribir (1941) —la otra pieza que integra este volumen y que fue, de todas sus obras, la que más trabajo le dio a su autor—, una falsa intriga policial le permitió pintar el mundo provinciano feudal anterior a la catástrofe de la guerra, mundo cuyos vicios e hipocresía impulsan a unos a defenderse mal; a otros, a convertirse en mitómanos.